Estas características tienen un origen neurobiológico y estarán presentes a lo largo de toda la vida de la persona, aunque sus manifestaciones puedan cambiar en función del propio desarrollo evolutivo y de su trayectoria vital.

En la actualidad la prevalencia internacional del TEA se sitúa en un caso por cada 100 nacimientos. Así, se estima que en España pueden vivir más de 450.000 personas con TEA. Sin embargo, la cifra de personas que conviven con este tipo de trastorno es aún mayor si se tiene en cuenta a sus familias (1 millón de personas).

Actualmente no es posible identificar marcadores biológicos o características físicas que permitan diagnosticar el TEA. Esto hace que sea una “discapacidad invisible” ya que se identifica en base a características comportamentales y al funcionamiento adaptativo de la persona que lo presenta.

No obstante, el TEA afecta de manera diferente a cada persona. Sus características nucleares pueden manifestarse con distinta intensidad y severidad en cada caso. También pueden variar otros factores individuales, como el lenguaje o el funcionamiento intelectual de la persona. En algunos casos éste puede encontrarse en el rango medio de la población (o incluso en uno superior), o verse asociado a una discapacidad intelectual en otras ocasiones.

Esta gran variabilidad hace que el abordaje de las necesidades de cada hombre o mujer con TEA deba ser integral e individualizado.

En cualquier caso, por el momento las únicas intervenciones que se han mostrado eficaces para responder a estas necesidades son de naturaleza psicoeducativa y comunitaria. Dichas intervenciones están orientadas a facilitar apoyos individualizados y especializados a cada persona, con el fin de mejorar su desarrollo personal, su calidad de vida y el disfrute de sus derechos fundamentales en igualdad de condiciones al resto de ciudadanos y ciudadanas.

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